No tuve nada nuevo que decir en un año entero.
Sentí que llevaba dos inviernos dentro y, sin embargo, solo había pasado uno.
El vacío es la nada y el origen del quizás, del tal vez, de lo posible.
El vacío es esperanza.
Una tierra que trabajar desde cero, para honrar lo desaparecido y empezar de nuevo.
O de nuevo a medias. Solo evolucionado, que ya es.
¿Cuántas reconstrucciones necesita una gran destrucción?
El haber perdido el sentido del yo.
Un sentido bastante huérfano a día de hoy.
El deseo de un lugar llamado casa dentro de mí,
cuando este lugar se desplazó del centro
y se convirtió en una inquietante casa lejos de casa.
Así de lejos viajé.
Hazte la pregunta que más miedo te de.
Créala. Pregúntala.
Límpiate desde dentro.
Mírala a través.
No la luches.
Obtén tu respuesta.
Y quédate. Quédate un rato más.
Aún ahí.
Y entonces vete.
Aléjate.
Esa es tu valentía.
Adelante otra vez.
Tu paisaje de dentro, con sus valles y sus noches frías,
todos pertenecemos a él.
Esto es la naturaleza humana.
La gran incomodidad, cuando nos sacan del primer confort
hacia un espacio con luz, a comprender.
Lloré.
Esperé.
Necesité mucho tiempo para entenderme esta vez.
Ese fue el primer recordatorio de que esto es la vida
y que para vivir la vida, lo que se necesita es la vida también.
La primera cicatriz en el mismo lugar.
No se mueve.
Es la señal del coraje y la gracia.
No hay nada tan mundano y tan común como nuestro ombligo
que nos enseñó, desde cero, que para vivir la vida, lo que se necesita es la vida también.